«Cuando preferimos lo malo conocido: la paradoja del hábito»
- David Rodríguez Moreno
- 17 mar
- 2 Min. de lectura
Todos sabemos lo difícil que es cambiar ciertos hábitos, sobre todo aquellos que llevamos arrastrando durante años. ¿Por qué insistimos en conductas que sabemos nos perjudican? La respuesta está en lo que podríamos denominar resistencia al cambio que nos lleva a aferrarnos a lo conocido, incluso cuando nos lastima.
Imagina que llevas años acostándote muy tarde, consumiendo demasiado café, o usando el móvil hasta altas horas de la noche. Sabes perfectamente que al día siguiente lo pagarás con irritabilidad, cansancio o falta de concentración. Aun así, cuando llega la noche, el hábito gana una vez más. ¿Por qué sucede esto? Otro claro ejemplo es aquel que lleva muchos años en un trabajo que detesta profundamente, sintiéndose mentalmente agotado e infeliz. Aunque sabe perfectamente que debería buscar otro empleo, constantemente se pone excusas como "seguro que otro trabajo es peor" o "a saber lo que me encuentro". La realidad detrás de estas justificaciones no es solo miedo al cambio, sino también miedo a lo inesperado.
Preferimos lo malo conocido a la incertidumbre que representa algo nuevo.
En realidad, no se trata solo de fuerza de voluntad. Los hábitos nocivos suelen estar profundamente enraizados en nuestro cerebro porque, paradójicamente, nos proporcionan cierto placer inmediato o alivio momentáneo. Esta recompensa rápida pesa más que las consecuencias a largo plazo, creando un círculo vicioso difícil de romper.
Reconocer esta resistencia al cambio es el primer paso para suavizarla. Cambiar hábitos requiere paciencia, compasión con uno mismo y, sobre todo, pequeñas acciones sostenidas en el tiempo. No se trata de transformarte radicalmente de un día para otro, sino de introducir cambios pequeños que, con constancia, construyan nuevas rutas neuronales. Recuerda que cada intento cuenta. En lugar de culparte por no haber logrado un cambio radical inmediato, valora esos pequeños avances. A veces, romper la resistencia al cambio empieza simplemente por observar con curiosidad y empatía nuestros propios comportamientos. Desde esa posición comprensiva y consciente, la flexibilidad comienza a ganar terreno.
Date permiso para avanzar lentamente, pero con determinación. Con cada pequeño cambio, estarás rompiendo poco a poco esa inercia, y ganando espacio para hábitos más saludables y amables contigo mismo.
Comments